El entrenador de la selección nacional, Miguel Herrera, revela algunos episodios de su vida y su carrera, entre ellos el rostro explosivo, el caritativo y lo afortunado que ha sido en las apuestas
Estaba en la preparatoria cuando se puso los guantes de portero. No era que el arco fuera su pasión, más bien era un pretexto para jugar cuando las diez posiciones de campo ya tenían nombre. Era la muestra fi el de que lo que quería, lo buscaba, aunque tuviera que hacer un esfuerzo extra para desempeñarse en un lugar donde no era el mejor.
Miguel Herrera siempre fue entusiasta, “entrón” como lo recuerdan sus amigos de aquellos días, y soñador hasta los huesos. Por eso ahora, dice, no le teme a los juicios cuando lo tachan de loco, cuando grita a los cuatro vientos que regresará de Brasil con el campeonato del Mundo.
Y es que, el carácter que cultivó desde sus primeros pasos en el futbol lo ha hecho ser fuerte. Desde el instante en el que se dio cuenta que en su familia hacían un gran esfuerzo por cubrir los gastos para sus entrenamientos, hasta tener que jugar futbol rápido porque en Neza no llegó a un acuerdo con la directiva para continuar.
“Me gustaba jugar al futbol en donde sea, y de repente me ponía de portero y me rifaba, pero a mí siempre me gustó cualquier posición de la cancha, aunque normalmente siempre en el campo, cuando estaba de portero era como capricho”.
Miguel suelta un poco el ceño fruncido que lucía y prosigue: “Hoy en día el futbol está muy organizado, hay desde Sub 13, y antes era el futbol llanero, el estar brincando en las Ligas llaneras, jugar en la tierra, en el lodo, y ahora se juega en canchas empastadas”.
Recuerda que siempre hubo comida en su mesa. Su abuela y su madre se las ingeniaban para que a él y a sus hermanos nada les faltara, eso sí, la situación económica tampoco daba para mucho.
“En mi casa nunca hubo abundancia, obviamente teníamos que poner todos de nuestra parte. Le sufrí como todos los de mi generación o las anteriores, porque no había un club al cual irte a probar para que la gente te viera o te diera un seguimiento, si gustabas te probaban dos o tres días y te decían sí o no, gracias, así se manejaba. Llegar hasta donde estoy sí me costó, pero tengo el orgullo de haberlo hecho bien”.
Su madre le insistía que estudiara, que hiciera a un lado el balón, pero él se aferró y se puso una meta.
“Estas situaciones te forman el carácter, la determinación. Le dijé a mi mamá que si a los 20 años no podía jugar en Primera División me pondría a estudiar, me pongo a trabajar; afortunadamente en eso 20 años es cuando se da el debut”.
Desde esos días el Piojo ya mostraba un carácter fuerte, explosivo por momentos e inconsciente para algunos. Se dijo de todo con los rivales, no se dejaba en ningún sentido, y esa fue una de las razones por las que tuvo que jugar futbol rápido.
“Mi primer sueldo fue en Cachorros de Neza que eran 1,800 pesos, en aquel entonces era buen dinero, pero era un sueldo bajo para el futbol; para la vida y para ayudar a mi casa era una buena entrada. Hubo un tiempo en el que no tuve un acuerdo con Toros Neza y quedé parado un torneo, me invitaron a jugar futbol rápido, y de ahí se creó un Mundialito que yo siempre he dicho que es medio ficticio. Nos tocó jugar con la base del equipo de La Raza, que era el equipo que jugó en Estados Unidos, que (antes) era el Monterrey, lo ganamos, fue una experiencia divertida, pero era mientras regresaba al futbol”.
Ese rojo que pinta el rostro de Miguel en los momentos de furia y otras tantas de alegría es muy conocido. Él mismo sabe que se ganó esa fama, y se pone serio cuando habla del tema, porque deja en claro que hay instantes que ya no los puede cambiar.
“Arrepentido no, de repente algunas cosas hay que modificarlas, ya a toro pasado quizá las hubiera reflexionado y las hubiera hecho, pero ese carácter y esa determinación me tienen donde estoy, es mi esencia, la tengo que encausar de mejor forma, para donde me debe servir y no donde debe de explotar”.
Y detrás de esa explosividad hay un buen ser humano, que le gusta vestir bien, que no repara cuando se trata de dinero y lo que gana le gusta compartirlo.
Es más, la fortuna le sonríe en las apuestas: “Soy afortunado cuando me toca apostar, comidas y en las maquinitas también, pero también son gente que si tengo la posibilidad de ayudar, la ayudo, lo que te dan también tienes que repartirlo. Vengo de una familia en la que, afortunadamente, mi madre y mi abuela me dieron lo necesario para vivir y creo que hay que ayudar”.
Pero sin duda, Miguel cambiaría toda esa suerte y sus premios por el mayor de todos: “Ser campeón del mundo es el sueño. Muchos me han tildado de loco, pero con eso arranco. Si no me ilusiono con cada torneo que arranco, no me convendría estar donde estoy”.
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